viernes, 20 de noviembre de 2009

Viviendo para vivir después de la muerte

Para los clásicos la muerte era el camino a la posteridad, al morir nacíamos a una vida en la memoria de quienes consideraran nuestra vida digna de ser contada, de allí que se esforzaran por vivir heróicamente y se considerara un orgullo morir en la guerra, dándolo todo por la incipiente patria. Hoy todo es diferente. A nadie parece importarle tener cuidado de cómo vive la vida, para qué pensarán, al fin y al cabo todos vamos a terminar bajo tierra comidos por gusanos. Qué triste. Resulta deprimente ver que un joven, lleno de vigor, de fuerza, con la posibilidad de engendrar grandes sueños, decida desprenderse de todo lo que lo hace valioso y único, de un lado deja su fuerza, de otro la capacidad de soñar. Cada vez es más estrecho el espacio que distingue al hombre del animal. Aunque ontológicamente resulta imposible que animal sea sinónimo de hombre, el ser humano cada día se empeña más y más en bajar al nivel de un animal. Y lo digo sencillamente porque hoy le han dado más trascendencia a lo que entre hombre y animal hay en común, la carne, que a aquello que los diferencia, el espíritu. Son las pasiones las que se han eregido como gobernantes del hombre. Por ello no puede el hombre ver más allá de esta tierra, porque vive en un mundo físico, encarcelado en lo meramente sensorial e instintivo.
Pero en nosotros está el Poder para abrir los ojos, guiar para que dejen atrás el mundo físico y todos entremos a vivir en la dimensión de lo sobrenatural, entonces entenderemos cómo obra el Creador de todo cuanto hay, Dios sobrenatural.